sábado, 25 de mayo de 2013

Hay cosas que yo quisiera ver y que sin embargo no veré nunca. El nacimiento de una estrella, una supernova… o su muerte (qué triste suena que mueran las estrellas, suena parecido a la muerte de un ángel, ¿puedes imaginar eso?, si puedes es que eres algo retorcido), el Big Bang hubiese querido ver pero nací tarde para eso…

Como fenómenos astronómicos no están al alcance de cualquiera, pero en el universo de los sentimientos los he visto casi todos. “El nacimiento del amor y su expansión en el cuerpo, en la mente y en el alma de la persona que amas, mezclado con la integridad de tu ser”. Universos que se expanden y se mezclan produciendo fenómenos inefables que ni los poetas entienden.


El ciclo de la vida, ¿o será el de la muerte? determina que la inmortalidad es agotadora y todo lo que nace está llamado a morir, en ocasiones de muerte violenta. Y quien te amaba no te ama más y se separa o te separa de sí, a veces sin aviso, casi siempre sin piedad. Y tu propio universo que ya “no sabía ser solo” se corrompe dando lugar a agujeros negros allí donde todo era luz y color. Agujeros siniestros de antimateria que lo absorben todo haciéndolo desaparecer absolutamente.

La antimateria surge de la ansiedad que el Universo experimenta cuando se pone su infinitud en entredicho, cuando hay zonas de la existencia donde ya no se podrá expandir, que le empujarán, o lo pretenderán por lo menos, a contraerse. “El universo no quiere ser ni puede otra cosa que infinito y eterno”, luego por lógica desaparece (de allí) engullido por su perplejidad ontológica.

¿Para extinguirse, o renacer en otra dimensión más amable, más adecuada, más estable, diferente, diversa y mejor como es mejor la realidad que el recuerdo?

Mueren soles por grandes que sean, mueren estrellas anegadas en los gases tóxicos que les rodeaban o conformaban. Pero el Universo permanece, muta y renace como un organismo perfecto.

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