lunes, 20 de mayo de 2013

“Espejo espejito, ¿soy yo la más guapa del reino?”, preguntaba la reina del cuento con la mirada perdida, luego de haber sido desahuciada por su psiquiatra de siempre, quien le diagnosticó una esquizofrenia aguda y un notorio problema de ansiedad. Qué mal tienes que estar, o qué ficticio tienes que ser, para andar preguntando esas cosas a los objetos. Claro, como en el fondo sabes que no te van a contestar, y que el que calla otorga. ¿Qué más dará si eres o no la más guapa?, después de todo no te habrán nombrado reina por eso, ni te quitarán la corona cuando te salgan las patas de gallo, salvo que lo que tú pretendas es ser una reina de la belleza, que es uno de los reinados más efímeros que existen.


Lo que ocurre es que la realidad supera a la ficción, y en la vida real todos tenemos un espejo y varios objetos más, hasta “hombres y mujeres objeto” conocemos, que nos responderán justo como esperamos que lo hagan a toda suerte de preguntas cuya auténtica respuesta nos negamos a enfrentar. Después de todo, si queremos tener una idea de cual es nuestro aspecto, de qué es lo que puedan estar viendo los demás y si coincide con lo que nosotros vemos, necesitaremos mirarnos en los espejos y en las personas que nos rodean; por lo que “dicen” de nosotros y lo que “nos dicen” de todas las formas posibles: directa, indirecta, expresa, gestual y tácitamente.


Hay quien se mira constantemente no sólo en los espejos sino en cualquier superficie reflectante. No precisamente porque se sientan guapos y quieran regodearse en su aspecto, puede ser por todo lo contrario, por tratar de asegurarse de estar lo más favorecidos que puedan, vestidos para la ocasión y dando su mejor perfil. Hay quien no tiene espejos en su casa y evita cualquier posibilidad de enfrentarse a su imagen, por más que la tecnología aumente a cada paso la posibilidad de vernos a través de mil aparatos distintos, ¿sabes qué? a algunos sólo los retratarás sin su permiso y quizá salgan más naturales que tú y que yo con tanta pose.


Mírate, ¿qué ves?, como no busques una foto o un espejo, lo único que verás teniendo los ojos donde los tienes será (haz la prueba) parte de la nariz, el morro si lo proyectas y todo lo que queda debajo de tu cuello; los hombros, uno cada vez, el pecho, la tripa, los brazos, las manos, tus genitales (menos mal), las piernas, los pies, parte de la espalda, el culo y no entero, y tu tren inferior por detrás. No me parece mucho. Equivale a una auténtica cámara subjetiva. Parece que nos han metido en un videojuego o dentro de una “cámara humanoide” para hacer un reportaje, no breve precisamente, y bastante repetitivo, de nuestra vida con sus gentes y circunstancias. Apasionante, ¿verdad?, inquietante diría más bien; ¿Por qué yo? ¿por qué han pinchado mi cámara? ¿por qué me han escogido precisamente a mí?... ¿quién?, ¿o quiénes? y ¿para qué concretamente?

Lo primero que hace “un personaje de película que se precie” cuando despierta y no recuerda quien es, es buscar un espejo para mirarse y, por cierto, casi nunca estar de acuerdo con lo que ve. Tú y yo haríamos, de hecho hacemos lo mismo, varias veces a lo largo de la vida. ¿Quién soy? te preguntas… ¿ven los demás lo mismo que veo yo? ¿Por qué parece no concordar tanto lo que veo ahí con lo que siento aquí dentro?, ¿soy la más guapo del reino?, claro, una de las que más, seguro, entre tú y yo está la cosa.


Dicen que queremos mejor, o apreciamos y frecuentamos más, a aquellas personas que mejor imagen nos devuelven, más acorde quizá con lo que pensamos de nosotros mismos. Eso si notamos la diferencia y podemos escoger. Buscaremos reflejarnos mejor en esos “espejos” que en otros que resulten opacos, lo que equivaldría a aquellas personas que ni reparan en ti, u otros que nos devuelvan la imagen distorsionada, fea o dura, que serían los que nos tratan mal o tienen un concepto de nosotros que no nos gusta, sea real o no. No es pequeño el matiz, no es lo mismo buscar quien mejor devuelva nuestra imagen que el que nos devuelva una imagen mejor, si llegaran a ser distintas. Quizá la autocomplacencia, el querer vernos y sentirnos bien a toda costa, sin trabajarnos un poco más la imagen, nos lleve a alejarnos de quienes nos la devuelven más cruda, más real y menos laudatoria. Cuidado, la mejor manera de asegurarse de cuál es nuestro aspecto, digo “aspecto habitual”, que es aquello que se ve, el de batalla, y no digo ser o esencia o alma que pudiera no estar viéndose, incluso no aflorar jamás, es mirándonos en más de un espejo.


Porque los hay, como las personas que nos rodean, de todos los tamaños y superficies. ¿Recuerdas la sala de los espejos del parque de atracciones?, quizá si el ambiente en el que nos movemos es reducido, homogéneo y peculiar (el ámbito familiar, el pueblo, tus amigos de siempre, tu país, tu cultura…) terminemos por creer que somos así de espigados o rechonchos donde quiera que vayamos, siempre en sentido figurado lo digo; así de largos, de cortos o de divinos, como el tuerto, que de los ciegos es el rey.



Puedes huir de los espejos, aislarte, despreocuparte o emborracharte de tu exclusiva opinión, mal. Puedes estar mirándote en la superficie de una cuchara, en las ventanillas de los coches, en sucios escaparates o en uno de esos espejos que ocupan entera la pared, qué gozada, puedes reflejarte en un lago de aguas claras y tranquilas, hasta en el mar te podrías mirar. Qué reflejos tan distintos, tan interesantes y tan compatibles, no deberíamos renunciar a ninguno de ellos. Todos juntos nos devolverán una imagen más justa.


Prueba a mirarte en el espejo con alguien que conozcas bien, hazlo hoy, la imagen que tu pareja (o si no la tienes pues tu mejor amigo) ve todos los días; la suya, te resultará extraña a ti, él se ve siempre al revés; su lunar, el colmillo que le asoma o la raya del pelo en el otro lado. Pregúntale a él cómo te ve a ti. ¿Sabes cómo se corrige eso? enfrentando un espejo con otro, como en algunos probadores o en los baños de algunas casas. Como en la vida misma. Busca el mejor espejo posible, aquel que parezca devolverte la imagen más fiel, mírate en sus ojos, ¿qué ves?... a quien tú crees ser, unido a quien aquel cree que eres, a ti, buenamente corregido, sin la sombra de soledad que tanto altera tus gestos.


—“¿Cómo era Narciso?”, le preguntaron al lago en el que se miraba a diario.
— “No lo sé”, respondió, “pues cuando él se asomaba para verse, era a mí a quien yo veía en sus ojos reflejado.”

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