lunes, 20 de mayo de 2013

De dónde vendrán el talento y la inspiración. Quizá de sitios distintos. Dos socios condenados a coincidir y hasta a entenderse en la cabeza de alguien o de muchos. Ya decía yo una vez, que soy muy de decir cosas, que bien pudiera ser cualquiera su anfitrión a poco interés que se ponga: un cartel grande que diga “posada aquí”. Me relaja pensar así, lo contrario parece tan injusto.

¿Nace el genio o se hace? Afirmo que los hay que nacen y por descuido suyo y ajeno terminan pareciendo tan vulgares o más que el resto (geniales en la vulgaridad, números uno en eso; desconfía de algunos indigentes que te encuentres por la calle) y los hay también que se hacen, hormiguitas con más ambición que talento que trabajan y medran y llegan como en aquella película de dibujos animados, Antz se titulaba, a emparentarse con la realeza.

Lo que me seduce más lo pensaba ayer desde el libro infumable de Millás que estoy tratando con todas mis fuerzas de acabar, algo que nunca creí tener que decir de este autor, y cuyo título es Visión del ahogado (te ahogas leyéndolo). Es que en términos de literatura, por ejemplo, las palabras están ahí para todos, lo único que haría falta es juntarlas con gracia para producir el sortilegio. Lo mismo pasa con la pintura, ¿o no hay tiendas donde comprar los lienzos y los mismos colores o mejores que las que usaban Velazquez, Murillo y Sorolla? O las notas musicales, yo misma tengo un piano en casa y de vez en cuando tiempo libre, podría componer la 10ª de Beethoven, continuar donde él lo dejó…

Miremos por enésima vez las cosas desde la perspectiva opuesta o desde una distinta por lo menos. Millás es un autor que me encanta. Se ve que encontró el estilo o el filón, por lo menos el que a mí y al resto de sus lectores tanto nos gusta, después de mucho vivir y practicar. Pensaba, y es tremendo, que si este que leo ahora hubiese sido el primero en caer en mis manos difícilmente me hubiese animado a leerle ningún otro, lo que habría supuesto una pérdida para mí, os lo aseguro.

¡Pero sigue siendo Millás!, aunque me cueste a mí reconocerlo, que al contrario que con el resto de sus novelas no hay párrafo que me cautive o no me chirríe. Supongamos que tengo razón y que el estilo es distinto y funciona peor, ¿es menos Millás por eso? Ojo, ¿somos menos nosotros en el desacierto, en el error o en el camino de ser aquello que queremos ser?, definitivamente no.

Es muy improbable que este autor alcanzase el nivel que ahora tiene de no haberse ahogado en novelas como esta que, por cierto, siendo mucho peor que sus hermanas me inspira a mi esta reflexión. Los más débiles, nuestras propias debilidades son las que necesitan más cuidados, más atención y más indulgencia.

Ni tú ni yo somos genios, lo sabríamos ya, pero muchos de los considerados genios no siempre lo parecieron, mira Van Gogh. Apuesto como él, el lóbulo de mi oreja, a que si seguimos practicando, practicando de verdad, publicándolo incluso como Millás, que se nos vea el plumero, lograremos alcanzar nuestro mejor nivel, uno que no tendrá parangón porque, genios o no, lo que en todo caso somos es: únicos.

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